La antisepsia y la desinfección son términos que, aunque están relacionados, guardan una diferencia.
Cuando una persona desinfecta algo, le quita una “infección” o elimina la posibilidad de que ésta se desarrolle. Esto se logra gracias a la destrucción de los agentes infecciosos o microorganismos (virus, bacterias, hongos, parásitos) que tienen la capacidad de invadir una superficie y multiplicarse en ella.
La desinfección, por lo tanto, es un proceso que logra matar los microorganismos que se encuentran en objetos inanimados (cosas y superficies) con el objetivo de prevenir el contacto con las personas y causarles infecciones. Al producto que permite este resultado se lo conoce como desinfectante.
Antisepsia es la acción de destruir o inhibir microorganismos (agentes infecciosos o patógenos) que existen en un tejido vivo: piel, mucosa (que recubre la boca o nariz). La palabra antisepsia viene de las raíces griegas anti- que significa contra y -sepsis que significa deterioro o putrefacción.
La antisepsia es importante ya que cuando la piel se lastima, por medio de un rasguño o una quemadura, por ejemplo, la persona queda expuesta al crecimiento de microorganismos en dicha herida y vulnerable a una infección. Los gérmenes que están presentes en la piel normal (la flora habitual) y los que se encuentran en los objetos o superficies son los que habitualmente infectan una herida.
Los productos usados para la antisepsia se llaman antisépticos. Entre los antisépticos más usados se encuentran el yodo, el cloruro de benzalconio, el alcohol y la clorhexidina.
A diferencia de los desinfectantes, los antisépticos deben ser efectivos para eliminar los gérmenes y además, ser seguros para la piel o mucosas donde se aplique. Es por ello por lo que los antisépticos y desinfectantes no deben ser utilizados en forma indistinta.